Mireia Artacho Delgado
'Viva de tanto vivir'
A mí conmigo
Los médicos me dijeron que yo no podía tener hijos, que mis ovarios no estaban preparados para ello, se negaban a funcionar así que no era necesario tomar pastillas, mi pareja y yo podíamos estar tranquilos.
Sentí que mi cuerpo, mi hogar, mi humanidad me negaban algo antes incluso de plantearme si realmente quería que eso formara parte de mí. Me dolía el alma de la misma forma que me dolió cuando en la consulta de la clínica me dijeron que me hiciera o no la reducción de pecho yo no podría dar de mamar.
Lloré, mi madre y mi pareja me miraban sin entender de donde salía tanta pena… “del no poder elegir”, les dije.
Mi cuerpo y yo estábamos tan desconectados que no te supe sentir, no me dejó verte. Simplemente pensé que la pena me había roto y ser esa versión desconocida de mí misma me había pasado factura.
Yo no te esperaba, pero incluso así, fuiste revolución. La primera vez que te nombramos fue el 8 de marzo, día de lucha, día que me sentía muy cerca de mí y muy lejos de quien me habían enseñado a ser. Recuerdo dejarme la voz en cada manifestación, recuerdo sentirme rebeldía y fuerza, recuerdo que en todas y cada una de las marchas yo era Mireia y no había cabida para todo aquello de mi vida que yo no había elegido y me encogía día tras día.L
a calle era el lugar donde podía luchar por todas porque aún no había aprendido que dentro, en mi casa, en mi entorno, podía y debía luchar por mí.
Ese 8 de marzo fue el primero que mi pareja venía conmigo, fue la primera vez que él se sumaba a algo mío, que yo no tenía que dejarme de lado para poder crear un nosotros. Llevaba días rara, con mareos, con poca energía y aquel día la multitud me superó y simplemente desaparecí.
Nos sentamos en la estación, me miró, escupió “Mireia, ¿no estarás embarazada?” y me quitó lo que más me gustaba del 8 de marzo: el hecho de que ese día no le pertenecía a él, se apoderó del único lugar en el que todavía no había hecho que me perdiera.
Recuerdo el dolor que sentí al escucharlo. ¿Por qué me decía eso si sabía que no podía ser? Me preguntó que en ese caso que querría hacer y la respuesta salió de mí, como desde un amor propio que había olvidado que tenía.
“No es lo que querría hacer sino lo que haría”
Recuerdo horas más tardes escribirle, decirle que no quería ni pensar en ello porque sería lo más duro que tendría que hacer en toda mi vida, desprenderme de lo más bonito y más nuestro que podíamos hacer juntos.
Después de aquello llegó la confirmación y con ella la soledad.
Fui a la clínica. Allí vieron que estaba embarazada pero que mi bebé se había perdido en mí de la misma forma que yo me había perdido en el mundo. No estaba así que tuve que esperarle. Esperar durante un mes que pareció toda una vida.
Un mes de contracciones, un mes de dolor, un mes de llanto, un mes de sentir que mi feminidad me castigaba, que mi cuerpo tenía un mensaje para mí.
Para mí, toda una vida de soledad en la que descubrí que con 20 años había cuidado tanto de los demás que me había quedado sin nada para mí misma cuando más me necesitaba. Yo me había abandonado por el resto y nadie vino a cuidarme… Nadie hizo nada.
En ese momento me di cuenta de que yo podía elegir a la persona que tenía al lado pero mi bebé nunca podrá elegir a su padre o a la ausencia de él y supe que no era justo, supe que no quería que algo así me uniera a el de por vida.
Y las contracciones de mi útero se quedaron pequeñas al lado de mi jodido corazón.
No podía llevar a mi hermano al cole, no podía ir a la universidad, no podía ir al grado superior, no podía participar en casa, no podía ver a mis amigos, no podía fingir que estaba bien. Sólo había dolor, vomito, sangre, pena y mucho tiempo… tiempo en el que me prohibía pensar que dentro de mí estaba creciendo mi persona favorita, aquella a la que regalarle lo que yo no tuve: una infancia y una juventud con margen para… para vivirse, para equivocarse, para elegir, para crecer sin forzar, para ser.
Por fin pude ir a la clínica. Me dormí mientras el doctor que me iba a intervenir comentaba que era su cumpleaños. Me pincharon. Empecé a caer. Pensé que era una forma extraña esa de pasar el cumpleaños, evitando que otrxs tuvieran. Me desperté con mis propios gritos de dolor. Vinieron. Me pincharon algo que consiguió callarme. Volvieron y me preguntaron si aún me dolía. Me puse la mano en el corazón. Dije que muchísimo. Lloré. Salí de allí, hice una lista, fui a casa de mi pareja y le dije punto por punto porqué no podía estar con él… ahí empezó nuestra eterna, larga y ansiada ruptura que llegaría casi un año más tarde.
No sé como conseguí llegar al día del aborto, sólo sé que no había conmigo nadie a quién abrazar y sentir hogar al salir... casi preferí quedarme dentro. Pensé que al salir se habría acabado todo, pero lo cierto es que no hizo más que empezar.
Al poco de abortar mi tía, amiga y compañera, mi referente en la casa paterna estaba embarazada y lo que un día fue un proyecto conjunto se convirtió en mi peor pesadilla.
Mirarla era un recordatorio constante de cómo me había negado a mi misma conocerme con esa barriga, con esa vida en mi interior, con esa maternidad. Cambié algo que ya tenía por algo que no me permití conocer y empezó a ser un ni contigo ni sin ti.
Conseguí dos trabajos, conseguí un piso en el que generar espacios para dejarme sentir, conseguí dinero para regalarme terapias, conseguí hacerme pensar que lo había dejado atrás y justo un año después mi vida tal y como me había esforzado en construirla decidió explotarme en la cara y demostrarme lo equivocada que estaba.
Mi compañera de piso me pegó, tuve que dejar el piso, a los dos días me rompí la pierna, lo dejé con mi pareja porque de nuevo supe que no me iba a acompañar, la inmobiliaria se quedó todo mi dinero, la vida que había construido lejos de casa de mis padres estaba tirada en un garaje, ya no tenía un lugar en el que estar y sentir hogar.
No tenía nada y no era más que pena.
Y me enfadé. Estaba acostumbrada a que todo fuera una mierda por mi contexto pero… nunca pensé que en el momento de dar el paso y vivir por mí misma iba a doler tanto, no supe hacer caber en mi cuerpo todo lo que sentía.
Quería respuestas, quería entender porque a mí, quería ver qué tenía de malo Mireia. Y cuando empecé a preguntar todo me catapultaba a lo que pudo ser y no fue. Empecé a echar de menos algo que elegí no tener.
Y entonces me rompí… me dejé pensar que era lo que me merecía, que yo no estaba hecha para optar a más
Y seguí estando sola.
Sola porque nadie entendía mi pena, porque nadie me escuchaba, sola porque me miraban y no me veían, porque no obtenía respuestas, sola porque ya no sabía estar de otra forma.
Y sentí que me había estado contando una mentira, la más grande de todas y era que quería seguir intentándolo. La verdad es que no, la verdad es que desee acabar con todo. Estaba cansada, no quería seguir aquí.
Dejé de existir, me escondí en mi cama, en mi insomnio, en la escayola de mi pierna y allí encontré el limbo perfecto entre la muerte y el no herir a mi familia.
Pasé muchas horas de muchos días de demasiadas semanas pensando en cómo podía acabar con todo esto y regalarme la paz que me merecía pero que el existir me había quitado y justo cuando decidí como quería hacerlo me obligué a mi misma a contárselo a mi tía, a decirle que mi mayor proyecto era acabar conmigo y que necesitaba ayuda para mantenerme viva. Me miró y me dijo que si no podía hacerlo por mí que lo hiciera por ella y por nuestra Vega, porque ella sola no podía y me necesitaba.
Y yo volví a esos días en los que me abrazaba la barriga y sentía que no había más vida y más hogar que el que crecía dentro de mí… hasta que un día mi cuerpo se cansó de aquello, me pidió más y volví a vivir.
Volví a intentarlo y empecé a conseguirlo.
Entonces pude ver con otra mirada hacía el pasado y rescaté algo que había pasado en la terapia de hipnosis a la que recurrí cuando intentaba callar todo esto. En una de las sesiones, mi terapeuta me hizo visualizar a mi criatura, me dijo que te tenía que dejar que me hablara, que me hiciera llegar su imagen y su nombre.
Con los ojos cerrados nunca vino a verme una carita pequeñita a la que acurrucar en mi pecho, no me miraron unos ojos con el color verde de los míos y la forma almendrada de su padre, no me visitaron ningunas manitas minúsculas agarrando la vida con más ganas de las que un día tuve yo misma, no escuche ninguna risa a la que poder hacer eterna… sólo vi mi barriga por dentro, como si fuera la ecografía que en su momento me negué a ver, solo era una mancha y todo lo que me dijo fue que revolución es nombre de mujer y que yo llevaba una Sira dentro de mí.
Fue entonces cuando me di cuenta de que todo había cambiado, que una vez abracé mi experiencia, una vez dejé que me acompañara yo supe vivir. Decidí darle el espacio que merece y aunque mi embarazo vino para ser un aborto desde que llegó, si que nació algo de todo aquello: yo.
Vivo cada día pensando en mi pequeña y dándole las gracias por elegirme, por poco que fuera el tiempo que pasamos juntas, por creerme digna de todas las cosas que se han hecho posibles después de ella y por ser el principio de todo.
La elijo cada día.
Y de algún modo dejé de sentir dolor, de algún modo empecé a ver mi aborto como algo bello, humano y mío.
Lo único que me entristece es haber tardado tanto en sentirlo así y llegó un momento en el que me di cuenta que todo lo que viví no me hace justicia y no tengo que darle el poder de definirnos.
Me cansé de que mi expareja aún no haya compartido conmigo como se sintió, qué pensaba o porqué huyó, me cansé de buscar en él una humanidad que no quiso compartir conmigo, me cansé de sentirme sola, me cansé de las miradas cuando decía la palabra aborto, me cansé de la pena en la cara de mi entorno, me cansé… y entonces decidí pararlo.
Decidí que, aunque fuera tres años tarde, iba a darme el acompañamiento que merezco. Elegí darme la comprensión y el apoyo y los cuidados que un día me negaron o no supieron ver que necesitaba. Y construí… Proyecto Sira es lo que me regalo, es mi algo tangible, es mi materialización del aborto, es mi ritual y es mi empoderamiento.
Y junto conmigo el de todas estas mujeres que en el proceso de creación se han convertido en hermanas con las que generar el espacio para recordar nuestras experiencias desde el más puro sentimiento.
He aprendido que para mí antes de ser madre, viene el ser mujer.
Y yo soy una mujer que abortó.
Quizás tenga la suerte de encontrarme con mi pequeña cuando estemos preparadas, quizás nunca tengo la oportunidad de conocerla pero sea como sea, ahora sé que voy a tenerme a mí conmigo siempre.
Mireia Artacho Delgado
Viva de tanto vivir